Es el título de una columna de opinión que publicaba ayer Roberto L. Blanco Valdés en La Voz de Galicia. Me pareció más que acertado, y que reflejaba muy bien lo que yo llevaba rumiando desde el día del debate (del que todavía hay resaca en todos los medios de comunicación).
Mientras «soportaba» el debate delante de la tele, iba mirando en Internet lo que, minuto a minuto, iban publicando las ediciones on line de El País y El Mundo. Como en el debate (que parecía que los candidatos estaban hablando de dos mundos, de dos países distintos), en los dos diarios parecía que estaban hablando de dos debates distintos. Mientras que la encuesta on line de El Mundo señalaba a Rajoy como vencedor del debate por un 60%, El País daba la victoria a ZP por una diferencia abismal del 70%.
Y yo, que no soy nadie, que no tengo ni idea de política, que me da igual quien gane o deje de ganar el debate, me pregunto: ¿Se puede medir emprícamente quién gane en un debate? ¿Las encuestas que preguntan a la población son objetivas? ¿Diría usted, votante del PP, que el ganador del debate fue ZP? ¿Y usted, acérrimo votante socialista, que venció Rajoy en el cara a cara? No. La respuesta, en estas palabras de Blanco Valdés:
«Solo hay que dar un repaso a las encuestas hechas públicas desde el mismo lunes por la noche para llegar a la clara conclusión de que las cosas han sucedido como era previsible. ¿Y qué era previsible, teniendo en cuenta nuestro alto grado de confrontación entre partidos? Es fácil: que la mayoría de los electores proclamarían ganador a su propio candidato, salvo que se hubiera producido el supuesto excepcional de que uno de los aspirantes hubiera arrasado al otro, cosa que obviamente no ocurrió».